Cosmos. La verdad expandida / Adri Duarte (texto curatorial)

13.10.2022

El arte nos brinda la verdadera unidad, la unidad de un signo inmaterial y un sentido completamente espiritual. (Deleuze, 1972, pág. 52)

Cuando Deleuze nos habla del signo inmaterial, nos hace ver que no podemos controlar el signo, este se vuelve una experiencia personal. Darle sentido a una nota nos remite a lo que Artur Danto (2013) menciona que el "arte se abre en dos connotaciones", la directa y la indirecta. La pregunta que resalta es ¿dónde opera lo espiritual? Y nos aproximamos a decir que se encuentra en las intertextualidades que cada uno puede asociar al enfrentarse a los paisajes de Adri Duarte, su extensa vegetación aquí presente, sus cielos nocturnos y los pequeños elementos cargados de simbolismos que atraviesan todas las producciones visuales de la artista, que interpelan desde distintos lugares a cada espectador. Esa es la dialéctica con la que opera el arte.


El arte no es el tema, sino esas imágenes, palabras, sonidos inconscientes que toman sentido personal al enfrentarse uno con la obra (Deleuze, 1972). Estamos ante un mundo de posibilidades infinitas y ahí radica la verdad expandida, donde cada uno le da sentido según sus experiencias ante ella.
En esta ocasión, donde la artista trabaja el agua -que también es el universo-, los límites son difusos. La vegetación siempre está presente en sus obras, pero aquí de una manera que desborda. Se enmarca en el cuadro, pero el paisaje sigue, no se detiene. Hay un fluir constante, como la vida misma. No podemos ser indiferentes ante un mundo tan personal cargado de tales signos, símbolos y significaciones.

                                                                                                                                                            Juan Florenciañez 


Cuando la noche besó mi frente

No sé si duermo o vigilo. Pero como dicta la costumbre, me levanto a regar los helechos.

Desde que la noche besó mi frente, se diluyeron para siempre el tiempo y los lugares. Eso es lo que creo, porque cuando recorro los jardines que plantaron mis manos y los veo fructificar, no distingo ya el cuándo. Nunca he visto a la noche más clara -incluso más nítida que el día- tanto, que parece un espejo en el que mi reflejo se deleita mirando al cielo. Qué linda es poblada de estrellas, inundada de fuentes, habitada por quimeras. El dónde es la ilusión en la que mis sentidos se suspenden dulcemente en no sé qué sueño ideal. El dónde ya no es un espacio, porque todos los espacios posibles caducaron y mi memoria es la única habitación de mi reposo.

La noche me susurra canciones de cuna que me abren tanto los ojos, que puedo evocar de nuevo los recuerdos que araron en mis carnes esos surcos en los que florece la vida. La mía, la que he vivido, la que vivieron los míos y la que habré yo de vivir, quizás. Esas flores exhalan un aroma que me es familiar. Me detengo, queriendo reconocerlo, darle un nombre, asociarlo a la tierra mojada, al pan caliente, los almuerzos domingueros o al perfume que impregnaba su camisa. Parece ser todos ellos, distintos y mezclados a la vez, porque no puedo sino dejarme encantar por el hechizo que despide.

La poda es necesaria. Las raíces rehúyen las macetas, buscando suelos húmedos, fecundos y libres donde poder expandirse. Más abono. Sol tenue, racionalizado. Dosificado. De lo bueno, poco. lo suficiente.

El agua -esa, la que no necesita acequias porque corre libremente y riega los jardines que pintaron mis manos- refresca este cuerpo que estuvo cansado hasta que la noche lo arropó con su manto. El agua me regala su transparencia y en ella me contemplo revestida de luz. Ya no hay hastío y el invierno es, apenas, una exhalación. Lejanía.

El cielo es la tierra; la fantasía, lucidez. La soledad -que no es abandono- se pobló de rostros y de alas. Mi génesis, la noche; ¿la muerte? Fue implotada, ya no existe.

La cafetera silba desde la cocina. Ya son las siete menos cuarto de la mañana y veo mis quehaceres sucediéndose unos tras otros en las páginas de mi agenda. Catorce de diciembre.

                                                                                                                                                               Victor Balbuena 

Curador:

Juan Florenciañez

Mirada desde la literatura

Víctor Balbuena

Asistente General

Gabriel Loppacher

Asistente en documentación

Ana Ratti

Difusión

Manuel Portillo